El ombligo del mundo

Andaba deprisa, era temprano pero había dejado trabajo atrasado por lo que no estaría mal llegar pronto a la oficina y arreglarlo antes de que el imbécil de su jefe llegase, no quería darle más excusas para desmerecerla, ya bastante le gustaba a él hacer ver que su trabajo no era importante, que ella no era nadie allí, sólo una más.

El metro estaba atestado de gente, gente que se apiñaba en las entradas de los vagones para meterse antes de que se cerrasen las puertas. Julia decidió que no tenía ganas de empujones esa mañana, frenó en seco y los vio apresurarse dentro del aparato de hierro como sardinas en lata y se alegró de no ser uno de ellos, esperaría, se dijo, será cuestión de un momento, igual el siguiente no va tan cargado. Se quedó observando las puertas cerrarse, tres personas asomaban pegadas al cristal, se veían tristes, somnolientos, ella se preguntaba si se vería así también y decidió que no quería saberlo. No eran horas de pensar esas cosas.

Llevaba casi tres noches sin dormir, las cosas no iban bien con Juan últimamente, Lucía dice que puede ser una fase, que esto les pasa a todas las parejas cuando llevan un tiempo, que la rutina llega y se instala entre dos personas y si éstas no hacen nada para remediarlo acaba con todo… pero a Julia no le parecía únicamente una cuestión de rutina, él era un chico atento, educado, le preparaba la cena cuando llegaba tarde del trabajo, era encantador pero… ¿era realmente él la persona con la que quería estar? ¿como se sabe eso?

Dio un paso atrás, no alcanzaba a leer el letrero donde pone los minutos que faltan para el siguiente metro cuando tropezó con alguien. El perdón estaba en su boca antes de girarse a ver a la persona con la que había chocado, que desastre, tenía que fijarse mejor por donde iba… y entonces la vio, se quedó paralizada, helada, debía tener más o menos su edad, iba con vaqueros y una bolsa del Zara, como cualquiera de sus amigas, como ella misma… pero no fue su atuendo lo que la dejó sin habla, su cara, sin embargo, aún cubierta en su mayor parte por un pañuelo, contaba una historia de esas que salen en el telediario, de esas que solo pasan lejos de una, de esas que no existen, de mujeres que no existen… y Julia miró al suelo al entrar al metro, y se sintió ridícula por un momento, y luego afortunada, porque nadie se sintió nunca con derecho a hacerle eso a ella.

Al bajarse en su parada y ver el metro alejarse tuvo una sensación de alivio, pobre chica, pensó, y siguió adelante, tenía que llegar a la oficina y acabar el dichoso archivo… aceleró el paso y sacó su iphone del bolso, buscó el grupo de sus amigas y tecleó «tías, no os imaginais lo que acabo de ver en el metro…» y corrió a la oficina, esa noche quedaría con Juan para cenar, tenían que hablar…

Y nosotros… ¿no deberíamos hacer de esto algo más que un cotilleo?

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